lunes, 4 de julio de 2011

Ahí va una de experiencia personal


Como ya hemos dicho en anteriores ocasiones, tenemos tres hijos. Los hemos tenido lo suficientemente seguiditos como para que entre la pequeña y la mayor sólo haya cuatro años y medio de diferencia, pero a su vez, lo suficientemente separados como para que, de vez en cuando volvamos a tener la sensación de inexperiencia que se tiene cuando se tiene el primer hijo. Vamos, esa que te hacer seguir sintiéndote como un pardillo.

Supongo que esa sensación quizás no te la quites de encima aunque tengas muchos hijos. Por lo general, dura sólo un rato, hasta que te viene a la cabeza el recuerdo de que eso ya te había pasado o que lo habías visto antes. Eso tranquiliza y te ayuda a llevar mejor las cosas.

Os meto este rollo porque, estos días, he vuelto a tener una experiencia con nuestra hija pequeña que ya había tenido con la mayor cuando tenía más o menos esta edad y me ha hecho reflexionar acerca de esto.

La secuencia es la siguiente: mi mujer necesita salir para hacer unos recados y me deja a cargo del bebé (de entorno a 4 meses), un escalofrío me recorre el cuerpo porque, a pesar de que soy un padre bastante implicado en la crianza de los críos, casi no me he quedado a solas con ella y, además, parece muy dependiente de su madre y... además, ¡yo no tengo tetas! ¿Qué va a ser de mi si se pone a llorar? ¿Qué voy a hacer?

No obstante, me digo: parece mentira, que me dé miedo una cosa tan pequeña, un padrazo como yo, vamos. Pero sigo acongojado y le sugiero a mi mujer que mejor vaya con ella, que igual tiene hambre... No, acaba de comer, llevar a la cría la retrasaría y, sobre todo, alguna vez tiene que ser la primera que me quede con ella.

Definitivamente me quedo con ella y arranco mi batería de canciones, tonada asturiana, para más señas. La cría encantada... un rato, luego se cansó, me puse a jugar con ella en la manta de actividades, también se acabó cansando, lo intenté con una muñeca de muchos colores que le gusta... también le aburrió... es en este momento en el que se me vino a la cabeza que todo eso ya me había pasado antes y me acordaba de cómo lo había solucionado antes: simplemente, la había puesto en una hamaquita y me había puesto a hacer mis cosas. Ella se quedó tranquila, se sentía segura y estaba a gusto, no necesitaba (en ese momento) todo el repertorio de monerías que le estaba haciendo y, además, yo pude hacer cosas. Eso fue hace cuatro años, ahora lo he resuelto de otra forma: me he puesto al bebé en un fular. El método ha sido distinto, pero, el resultado, el mismo o mejor aún.

A menudo me dedico a observar lo que hace cuando la llevo en el portabebés. La veo a gusto, se dedica, simplemente, a ver lo que hago, lo que la rodea, a sus hermanos, su casa o el camino hasta el supermercado, luego, cuando le parece, se duerme plácidamente. No le hace falta pedirte nada, porque tiene todo lo que necesita, salvo, la famosa teta, ahí, yo, ya no la puedo ayudar.

2 comentarios:

  1. HOla! que lindo post y ojalá lo lean muchos padres!! a veces es tan simple lo que necesita un niño, y como adultos tenemos tantas posibilidades de ofrecerlo!
    un placer leerlos desde Argentina, felicitaciones
    Natalia Sterlino
    Nidos en Red
    http://nidos-enred.blogspot.com/

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  2. ¡Muchas gracias Natalia! Nos alegra mucho que nos leas desde tan lejos. Un abrazo

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